ENDURO VERANIEGO 2017.
Bender convocó una Teruelzberg para principios de julio, pero por
cuestiones de tiempo y logística la excursión acabó transcurriendo
básicamente por tierras castellonenses. Como prueba de ello, la salida
tuvo lugar desde nuestra gasolinera de referencia de una remota comarca; a
tierras turolenses, si todo salía bien, llegaríamos tras cubrir 50
pedregosos, desolados y accidentados kilómetros.
Un poco de recorrido asfáltico, y directos a la acción. Como no podía
ser de otra manera, para empezar, nos buscamos un camino bien abandonado
y enmarañado. Parecía que iba a ser un inicio frustrado, pero al final
vimos la luz y salimos del bosque. El camino realmente existía, pero
nosotros debimos ser los primeros en transitarlo este siglo.
Entramos en una zona de senderos con minipasos canadienses (o similares)
habilitados para el tránsito de especies no animales. En la foto se ve
cómo Bender deja atrás una de las portezuelas. ¡Ojo con los cables
siempre!
A partir de aquí DNT tomó la cabeza. Este tío sabe bien cómo leer el
gps: en terreno extraño y deshecho pillaba la traza buena a la primera.
Camino de Vintorres el piso ya se mostraba generosamente rocoso y pétreo. Comenzaba la Teruelzberg propiamente dicha.
Entramos después en una sucesión de senderos
bastante rápidos, generalmente entre bosques de encinas, que no eran
sino el precalentamiento amable de lo que vendría más adelante.
Me estoy refiriendo a los azagadores y los pedregales, o sea, el
tránsito offroad en su más certero sentido. Mirad los campos de cultivo
de la izquierda, bien arregladitos; nuestro "camino" en cambio no es
sino un lecho de rocas y vegetación almohadillada. Por aquellos páramos,
nada de calor. Al contrario, más bien fresquito.
Tocaba descender hacia el molino de Arnes por vía anticuada y
erosionada. Un descenso molesto pero necesario para otorgarle coherencia
a nuestra ruta.
Si queríamos subir hasta el puerto de las Abrillas primero era menester
recorrer aquel valle siguiendo el reseco riachuelo de La Cuba,
donde algunos charcos nos amenizaron el trayecto. En esta imagen, DNT dando la nota,
y en esta otra, Bender alardeando de sus habilidades trepadoras en ambientes anfibios.
Pronto llegó el momento de enfilar la subida hacia el puerto de las Abrillas: 3,5 kms de ascenso ininterrumpido desde las Casas de San XXX
hasta la cima. En la foto yo salgo justo debajo del caserío.
Y este es Bender exactamente a la misma altura:
Es precisamente el tramo inferior el más exigente a causa de los
molestos escaloncillos que te hacen vibrar sin compasión el esqueleto,
pero en general se sube bien.
Este es el tramo medio. A partir de aquí se cambia de vertiente y de paisaje.
A la altura de esta covacha suelen aparecer cabras triscando, haciendo justicia al nombre del collado.
Desde allí, el sendero es menos expuesto y se encañona buscando las alturas.
Pero que nadie piense que decayó el entretenimiento.
Sudamos poco porque hacía fresco y el aire estaba seco, pero las motos tampoco subían solas, ¡eh!
Unos pocos arreones más y nos encaramamos en lo más alto.
Ahora sólo quedaba dejarse caer hasta La Inglesuela
por cómodas callejas. En la capital de la piedra seca, estas seculares
vías de comunicación se encontraban en óptimo estado.
De los tres nexos posibles entre La Inglesuela y Villafranca elegimos el menos lesivo para nuestras anatomías.
En vez de internarnos en el barranco, rodamos a media ladera entre muelas y cerros descarnados.
Por aquellos pagos los humanos solo pasan ya de Pascuas a Ramos, y sin pararse mucho.
El camino a menudo tuvimos que intuirlo, porque realmente, no existe,
y si existe, acostumbra a estar deshecho.
Suerte que algún mas, como el de Benicassin, nos sirve de baliza entre tanta desolación.
Los bares de Villafranca parecían vacíos. ¡Error! A pesar de ser primero
de julio no había nadie enlas terrazas porque soplaba un viento
helador, la gente se cobijaba dentro. Nosotros nos aposentamos fuera
para tomar un bocado, pero pronto nos dimos cuenta de que habíamos sido
demasiado arrogantes. Acabamos pidiendo unas tazas de té bien caliente y
alguno se enfundó el chubasquero y se puso al sol para no tiritar. He
aquí la prueba:
Superado el ecuador de la Teruelzberg, reanudamos la marcha rumbo norte
hacia Fortcastell donde recobraríamos la temperatura corporal en el
azagador del mas de Ibáñez.
Grandes espacios, horizontes lejanos, cielos profundos, desolación...
...y piedras, muchas piedras: esto es el Maestrazgo.
Enfrascados en la subida del azagador y con la vista puesta en los
molinos de viento y no en los gepeeses, sucedió que nos desviamos del
track.
En un momento dado perdimos contacto visual en aquellos cerros y nos
escindimos. Por un lado Bender y DNT siguieron subiendo y sufriendo
martirio, mientras que yo tiré cuesta abajo buscando el track madre.
Unas cuantas llamadas telefónicas acabaron aclarando la situación y 45
minutos después volvimos a reunirnos felizmente todo el grupo en Fortcastell.
Todo lo que subimos había que bajarlo, y de golpe, siguiendo abandonada senda por donde ya no pasan ni los del pueblo.
Una pena. O pasamos más a menudo por allí o nos comen las plantas.
En el punto más hondo del barranco los vegetales eran más altos que
nosotros. Suerte que sabíamos de la existencia del camino, otro va por
allí y se da la vuelta. En fin, superado el tramo selvático, la senda
estaba ya más despejada y pudimos rodar a placer entre otras hierbas.
Nos quedaba todavía la bajada definitiva hasta el barranco del Moyar,
una línea recta a través del bosque que en su sección final es realmente
empinada como puede apreciarse en la imagen. Cada uno se las arregló
como quiso o como pudo para llegar hasta abajo. El lugar tiene su
gracia.
Para salir de allí tocaba rodar un par de kilómetros por el lecho del
barranco, y justo después, cuando negociábamos si recortar parte del
recorrido final, la Gas Gas pinchó. Rápidamente se montó un gabinete de
crisis y, tras aupar la moto a un caballete troglodítico, se procedió a
reparar la avería.
Una válvula guillotinada fue la causante de la avería. Bender achacó la
rotura a la antigüedad de la cámara Continental, pero yo ahora recuerdo
que fui a desatornillar el papillón y que la tuerca estaba más bien
flojita. Son lances del motociclismo todo terreno, al menos sucedió al
final de la jornada y, providencialmente, a pocos kilómetros de nuestro
bar de referencia en Vintorres.
Los más flojos íbamos con las fuerzas menguantes, lo que determinó que
ya no hubiera más offroad aquel día. En resumen, mucha senda, mucha
piedra y, sorprendentemente, cierto fresco. Hasta la próxima.
FIN