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sábado, 10 de diciembre de 2011

RIMAMBEL APOCALIPSIS

RIMAMBEL APOCALIPSIS

Supongo que después de esta exigente experiencia por Rimambel una persona normal jamás volvería a contar conmigo para organizar una salida lejana, pero 24 horas después empiezo a comprender que la fatalidad también tuvo que ver en los desastres que allí nos acaecieron. Sólo así se explica que apenas completáramos 12 kilómetros offroad de los 180 previstos. Sencillamente, por una funesta casualidad, las trialeras más duras de todo el trayecto se acumularon en los primeros momentos. Si a esto sumamos las averías que fueron surgiendo por el camino comprenderemos que, sin saberlo, por los azares del destino, estábamos condenados al fracaso por muy bien que hubiésemos planeado la excursión.

La organización, a priori, de lujo. Llegamos al escenario bélico la tarde anterior a la batalla para salir a darlo todo con las primeras luces del alba.




Nos alimentamos bien en el restaurante del hostal y nos fuimos pronto a dormir para estar bien frescos al amanecer. Esta vez, nada de madrugones, íbamos a descansar las horas necesarias. Pero la noche en blanco que nos pasamos DNT y yo sin apenas pegar ni ojo ya anticipaba la catástrofe; Sherquito, por contra, durmió bastante mejor, probablemente porque el destino le reservaba unas decenas de trompazos para unas pocas horas después y era de justicia que llegara en mejor estado a su calvario personal.

La excursión offroad duró 5 horas justas y a una media ligeramente superior a los 2 km/h cubrimos 12,1 kilómetros entre Rimambel, La Chupa y La Manta de Morella:



Básicamente la ruta consistió en subir y bajar dos collados, atravesando sendas y cañadas dejadas de la mano de Dios desde hace décadas, en bastante mal estado, y con el punto justo de desniveles y humedades para convertir finalmente el trayecto en una lenta carrera de obstáculos.
 
PARTE 1. DE RIMAMBEL A LA COTA 1149

A la mañana siguiente las condiciones eran óptimas: buen desayuno, buena temperatura, senda que comenzaba nada más salir del pueblo... no podía ser todo tan bonito.




Dar con la primera senda ascendente nos constó un poco, estaba camuflada en el terreno, y guardada por un pedazo vaca y un cable casi invisible, cable que, en un despiste, DNT se llevó por delante. Suerte que no estaba electrificado, sino cae allí electrificado. Después de arreglar el desaguisado tomamos el rumbo correcto




Aquí Sherquito en pleno warm-up.




Pronto catamos las excelencias del terreno de aquella ladera humbría: caminos empedrados y deshechos adornados con las justas pinceladas de barro, las suficientes para otorgarle un permanente barniz embarrado a los neumáticos.

Tras abriri algunas barreras para el ganado llegamos a la masía de Torre Abajo




donde inevitablemente llegaron los primeros resbalones.




DNT venía cerrando el grupo.



El hombre arrastraba desagradables problemas intestinales, pero aún así no quiso perderse la salida.




Yo por mi parte iba bastante bien, contento de estar allí siguiendo los planes que tan concienzudamente había planeado en casa.




Siempre hacia arriba, continuamos la marcha por aquel PR marcado para humanos del siglo XXI,




aunque en realidad era una senda contruída para animales de todos los siglos.




Pronto nos empezó a sobrar ropa...


De una rampa resbaladiza pasábamos a otra más o menos deshecha y empinada, entre rocas, árboles y excrementos vacunos.







En este paso Sherquito probó inicialmente una ruta algo arriesgada,




y como no le gustó, giraron moto y piloto 180 grados




aunque en otro plano giraron 90 y hubo que recuperar la verticalidad.




Ni corto ni perezoso Ángel se tiró cuesta abajo




y probó la trayectoria abierta anteriormente por DNT,




coronando con facilidad.




A trancas y barrancas, ayudándonos mutuamente, avanzábamos, sí, pero a un ritmo que hacía trizas nuestros sueños de llegar hasta Mosqueruela. Con suerte podríamos llegar a Villafranca. Y gracias.

En mi frente personal, no me libraba de los resbalones y patinazos,



pero mientras hubiere fuerzas, ¡gas y arriba!



En las proximidades del primer collado que debíamos salvar empezamos a gozar de la luz directa del sol




a la vez que la calleja se ensanchaba. Olvídábamos los patinazos y tomábamos una buena primera ración de escalones de roca.




Y así, alcanzamos la cota 1149, con un retraso considerable sobre los planes previstos. ¿Dónde seríamos capaces de llegar? ¡Ja, ja, ja! Pues solamente unos 8 kilómetros más allá. ¡Qué infelices!




PARTE 2-DE LA COTA 1149 A LA CHUPA

El descenso hacia La Chupa no fue tan movido como el ascenso hasta aquel collado. El único incoveniente fue que en algunos tramos la senda estaba medio perdida, con maleza y pedruscos acumulados por los derrumbamientos y el abandono, pero salvo algún despiste puntual, fuimos tirando a buen ritmo.




Si la subida fue casi toda recta, la bajada estaba plagada de curvas cerradas. Una de ellas era cerradísima, con escalón y abismo incluídos, estuvimos tan ocupados que no hubo foto.




Aquella era un vertiente de solana, así que ya no hubo más resbalones, si acaso algún traspiés sin importancia.




Y de aquellas maneras, buscando los hitos que marcaban el PR por bancales abandonados, fuimos bajando hasta La Chupa, donde comenzaría el segundo y definitivo desafío de la jornada: teníamos que encontrar un antiguo azagador para superar la primera barrera de montañas que se veía en el horizonte.



PARTE 3. DE LA CHUPA A LA COTA 1008

Por La Chupa pasamos en un visto y no visto, haríamos 200 metros de asfalto y otra vez a buscar un nuevo azagador. Esta vez no seguíamos ningún sendero balizado, haríamos pura arqueología, buceando entre un mar de piedras y rocas en busca de vestigios etnológicos largo tiempo abandonados.

Encontrar el inicio de la cañada costó un poco, pues estaba totalmente arruinada. Además, como todo el terreno era de un mismo color ocre, los restos del camino estaban camuflados camaleónicamente. Por suerte, una vez dimos con la senda correcta, vimos que podíamos seguir la línea que marcaba el gps por muy difuminada que estuviera la senda, aunque obstáculos no faltaron.







En alguna encrucijada hubo momentos de duda y tuvimos que inspeccionar diferentes alternativas a ver si conducían a alguna salida. No es que perdiéramos excesivo tiempo inspeccionando por ahí, pero ya se veía que este tramo no iba a ser fácil.







Nos tocó subir por un zig zag breve pero intenso, con piedras gigantescas atravesadas por doquier y matojos que ocultaban agujeros y más piedras, un auténtico campo minado en subida, vamos. Pensé que tal vez mis amigos me enviarían a la porra por insistir en continuar la marcha por aquella senda de destrucción, pero nadie insinuó la menor protesta.




Con esfuerzo culminamos el zigzag y llegamos a las ruinas de una masía.




Tras un inicio de senda algo desconcertante, casi para abandonar y no seguir, parecía que llegábamos a un altiplano donde las cosas serían más fáciles.


Dejamos la exploración para meternos en una especie de tubo de roca siempre cuesta arriba. Alguna rampa era realmente dantesca, con buena pendiente y piedras descomunales que te obligaban a ir haciendo slalom hacia un horizonte rocoso sin fin. De esta no hay documento gráfico, es una pena, sólo pude grabar la llegada hasta la cima.



Sería aproximadamente en aquel momento cuando, al ir a reanudar la marcha, me quedé helado al ir a tocar el pedal del cambio de marchas. No estaba. Sencillamente, no estaba. No podía ser que hubiese vuelto a pasar en tan poco tiempo. Esta vez no se había doblado, la había seccionado. Tenía una de recambio que había comprado para llevarla con las herramientas, pero la había olvidado en casa. Quise que me tragara la tierra. Después de haber liado a mis amigos en aquella excursión suicida yo solito iba a tirarlo todo por la borda. Pero nadie dijo una palabra malsonante, cuando lo normal hubiera sido hacerme picadillo allí mismo.

No había manera de usar el cambio dignamente, había quedado sólo un centímetro de palanca libre y difícilmente podía manipularse. Convinimos en continuar hacia arriba y al menos culminar el azagador. Después, bajaríamos por camino o seguiríamos otra senda hacia La Mata, ya lo veríamos.

Los tramos de calleja que vinieron a continuación fueron igualmente exigentes.





Sherquito no tardó en sumarse a la fiesta de las averías. Si anteriormente se le había salido la cadena a su moto, ahora era el embrague el que empezaba a darle guerra. No embragaba bien, la moto o bien salía sola o se calaba enseguida. Pintaban bastos.



El sentido de la marcha al menos lo teníamos claro, siempre hacia arriba entre paredes,



más tarde o más temprano, pero seguro que con mucho esfuerzo, llegaríamos a culminar el collado.



A pesar de que el avance fue lento y de que allí rompimos las motos, reconozco que aquellas callejas abandonadas tenían un encanto especial.



Tras sufrir y empujar otro rato, finalmente la cañada quedó atrás y nos metimos en una frondosa senda




donde sustituímos el abrazo del predrusco por el del arbusto.



La subida tocaba a su fin, y unos cuantos arañazos y empujones después, nos reunimos todos en la pista donde moría el sendero. Era momento de evaluar la gravedad de nuestra situación y reflexionar acerca del futuro más próximo.


PARTE 4. DE LA COTA 1008 A LA MANTA DE MORELLA

En la cota 1008 descubrimos que el embrague hidráulico de la Sherco había pasado a ser embrague "en seco", o sea, a base de aire en el latiguillo. Ni corto ni perezoso DNT ofreció aceite de mezcla 2T para rellenar el depósito, ya que no había nada mejor a mano. Sopesamos los pros y los contras y se decidió hacer un cóctel de DOT4 con Castrol TT. A continuación Sherquito hizo un test rápido a base de acelerones, derrapadas y caballitos y dijo que okay.

La siguiente fase nos llevaría de bajada hasta La Mata de Morella. Yo seguiría en primera todo el rato, ya que el terreno era teóricamente trialero. Al menos, acabaríamos decentemente la excursión.

Comenzamos el descenso por un azagador amplísimo, que es lo mismo que decir campo a través. Entre hierbajos y piedras cada uno buscaba su trazada asumiendo su cuota personal de riesgo, cualquier cosa podía esconderse bajo la maleza. En realidad se trataba de un PR, pero de aquellos que difícilmente son transitados por los senderistas; más áspero y desagradecido no podía ser el terreno.

Paulatinamente el azagador se fue convirtiendo en senda




y siguiendo una serie vertiginosa de zigzags fuimos aproximándonos a nuestro destino. Cada uno bajó a su aire, en uno de aquellos momentos en que el grupo se estira, confías en que el compañero se las apañará él solo y que ya nos reuniremos abajo del todo.




Fue entonces cuando Sherquito nos comunicó que la chapuza del aceite 2T no había funcionado mucho más allá de unos pocos minutos, y que se encontraba otra vez sin embrague. Ante tal coyuntura, con dos motos inutilizadas, la excursión se iba definitivamente al carajo. Unos minutos antes yo había sugerido a mis compañeros que tomasen mi gps y continuaran ellos dos la excursión mientras yo les esperaba en el coche, pero las dudas ya habían acabado de despejarse.

Al menos La Manta ya estaba a la vista.




Para llegar al pueblo debíamos afrontar una zona salvaje, con cruce de río incluído.




Llegados a este punto, teóricamente estaba planeada una sección larga, fluida y ya conocida, pero andábamos fastidiados, de modo que tomamos el rumbo de la cafetería más cercana para echarnos unos tragos y olvidar nuestras penas. En la taberna de La Manta todavía tuvimos ganas de discutir sobre qué tipo de embrague era mejor en una enduro, si el de cable o el hidráulico.










Había motivos para meterse un whisky doble, pero aún debíamos volver hasta Rimambel por carretera.







Tristemente, cargamos las motos y nos fuimos a comer al hostal.




Un par de horitas de coche hasta Sortota para los más afortunados, y otras dos de propina para Ángel que venía de más lejos. Vaya decepción.

domingo, 6 de noviembre de 2011

POR ELS HORTS. EL INCIDENTE

POR ELS HORTS. EL INCIDENTE

Mal tiempo en el puerto de Torrevió aquella mañana de octubre. Frío, niebla y amenaza de lluvia. El parte metorológico ya anunciaba un sábado pasado por agua, pero Dual y el que escribe no nos íbamos a rajar después de haber planificado la salida. Así que subimos a la grupa de nuestras monturas y nos aprestamos a iniciar nuestra cabalgada por els Horts.




El comienzo fue lento de verdad. A causa de la niebla y las numerosas puertas para el ganado que teníamos que ir abriendo y cerrando, el promedio era penoso. Las gotas de agua en suspensión se acumulaban rápidamente en la pantalla de las gafas, y la niebla misma no dejaba ver nada a más de 15 metros. Así las cosas, yo iba guiando con la psicosis de ir a tragarme un cable atravesado en medio del camino en cualquier momento de descuido. Una miradita al gps podía ser trágica: bajabas la vista un segundo y ya tenías encima una valla o una alambrada.

Tras unos kilómetros iniciales un tanto torpes entre fincas ganaderas y parques eólicos, afrontamos por fin el primer obstáculo programado en nuestra agenda, y sería, cómo no, en forma de azagador, esas vías para el ganado que cruzan els Horts en todas direcciones.



El terreno, más que húmedo, enjabonado.


Esta cañada en concreto estaba bastante arruinada y nos costó un rato encontrar el inicio y el paso para franquear el collado.



Además de los resbalones, allí experimentamos las típicas molestias de esos días frescos y lluviosos, donde calores, humedad y exceso de ropa se combinan para crear un círculo vicioso de sudores súbitos y gafas empañadas.

Franqueamos el puertecillo, cerramos como pudimos la carcomida puerta de madera que lo bloqueba, y seguimos cuesta abajo




camino de Criba, siempre por dentro del azagador.



El terreno, rocoso y pedregoso a más no poder.






Finalmente, entre las rocas y la niebla, apareció Criba.




Ya conocíamos de primera mano las constantes que nos acompañarían durante toda la excursión: niebla, humedades, resbalones, lentes empañadas, y rocas y piedras de todos los calibres.

Desde Criba debíamos dirigirnos hacia Huertecillos. Pronto nos metimos en faena por uno de aquellos senderos que llevan allí desde tiempo inmemorial y que ahora algunos quieren capitalizar.




Como ciudadanos civilizados que somos, abrimos y cerramos todas las barreras que nos salieron al paso.




Y esta vez con Dual al frente




proseguimos ruta por cómoda senda.




La senda terminó, enlazamos por buena pista y tras cruzar una carretera nos fuimos derechitos hacia el río Golfantes.




La aventura fluvial comenzó mal. Probamos diferentes alternativas




pero no había manera de avanzar coherentemente.




Tras sufrir múltiples patinazos y enganchones volvimos a la carretera y fuimos a buscar el río esta vez siguiendo el curso de uno de sus afluentes, un enmarañado barranco donde hubo que abrirse paso de malas maneras.

Cortando zarzamoras, lianas y otras especies vegetales, la moto se me fue al suelo,




ahora ve y recógela,



y comprueba lo que pesa, la jodía.




Luego vino Dual a probar el abrazo del espino y el árbol reseco.







A continuación, la zona "Fairy", donde caminar sin resbalar era ya un éxito.




Río arriba nos esperaban otras aventuras. Por ejemplo, Dual y su moto casi se precipitan al vacío.




Por supuesto se trata de una broma. Pero nos fue de un pelo perder la Gas Gas.

Tras superar la resbaladiza sección que comunicaba las dos orillas del río, seguimos por senda un buen rato en dirección sur hasta que súbitamente el camino se esfumó




y hubo que circular sobre el rocaje vivo en pos del siguiente objetivo, el molino de la cueva de Pueblores.




El camino se veía interrumpido por culpa de un tajo en medio de la roca. Dual sacó pecho e involuntariamente lanzó la moto hacia abajo de golpe.
 Inmediatamente, se lanzó a rescatarla.


Después me tocó a mí pasar por el tajo.




Al final, tras flirtear con el abismo y el chapuzón, pilotos y motos salieron ilesos.


Tras superar el escollo llegamos al molino, donde nos concedimos un respiro.




Dual sugirió echar un vistazo dentro la casa abandonada, que conservaba buena parte del mobiliario. Algunas décadas habían pasado ya desde que sus habitantes decidieron abandonar el molino, como testimoniaban los centenares de revistas que encontramos esparcidas por el suelo.




Después del sendero fluvial, el escalón y el molino, llegaba un trozo de rambla por el cauce del Riu Cantahiedra,




donde se alternaban tramos fluidos y rápidos con otros de piedras de considerable calibre.







Por suerte el tramo de grandes pedruscos se vio interrumpido cuando alcanzamos el siguiente waypoint: el puente medieval de Nadalella:

Volver arriba

Dejamos atrás la Casilella y por pista nos dirigimos hacia la aldea abandonada de la Saraguana, lugar donde comenzaba la siguiente senda, otro PR colonizado para unos pocos, pero previamente había que salvar una discontinuidad seria en el camino.




Menos mal que no íbamos muy rápidos, si no nos caemos al hoyo. Tuvimos que improvisar una circunvalación de emergencia, y al poco rato ya estábamos en la senda que nos llevaría hasta las proximidades de Clictorres.



Esta vía era rapidísima, supongo que de las favoritas para los btteros. Hay que decir que en todo el día sólo nos encontramos a un par de ciclistas adolescentes cerca de Villores. Tratándose de un día feo, con niebla y amenza de lluvia, la gente se habría quedado preferiblemente en sus casas. Y yo que me temía una invasión de chusma por el puente.

Proseguimos por pistas fáciles y abordamos otra zona de senderos, esta vez tocaba navegar entre pedregales campo a través, porque no había traza alguna.



Suerte de llevar GPS, si no, no damos con el rumbo correcto ni por casualidad.




A través de la niebla nos abrimos paso hasta Puertillo de Llomera, y justo al pie de esta población, comenzaba el ascenso de lo que, según un track ciclista del wikiloc, era una trialera. Y, aunque breve, a cachos, lo era.




En realidad se trataba de una azagador repleto de escalones, a veces bajitos y regulares, como en la foto de arriba, y otra veces más altos y deshechos.




En medio de la subida a Dual le sobrevino un bajón inesperado de los niveles de Cutty Shark en sangre y pidió tiempo muerto. El colega estaba de resaca, y si a eso sumamos un parón en su actividad endurera durante los últimos meses, pues le dio algo. Pero bueno, nada grave. Echamos mano de las provisiones y seguimos hacia arriba.
 
Total, para volver a bajar después casi al mismo sitio. Esto Dual no sé si lo sabía, porque llevaba el GPS en el bolsillo. Espero que no se enfade cuando lea esta crónica.

Comenzaba entonces un largo tramo de enlace por pistas hasta Francavilla del Cid, donde se situaba la parte más excitante y complicada del día. Serían las dos de la tarde y habíamos cubierto con éxito un tercio de la excursión. Nos iban a faltar horas de luz, eso seguro, pero mal del todo no íbamos.

Si todo salía bien, daríamos una gran vuelta entre Lluca, el riu Mileón, Francavilla otra vez y vuelta hasta este puente:




Las pistas fáciles hasta Francavilla resultaron ser no tan fáciles. En realidad eran azagadores deshechos con piedras sueltas, arriba y abajo por aquellas lomas.




Eran las autovías rurales de nuestros antepasados.




En plena bajada Dual tuvo que detenerse a apretar no sé qué tornillos.




Tomarnos un descansito en el pedregal no estuvo mal del todo. Vaya día de piedras.

Estábamos en la sección más fácil de todo el día, unas pistas planas y bastante rectas de transición hacia Villafranca, donde comenzaba la parte buena de la excursión, cuando sucedió "el incidente".

Según el gps íbamos circulando sobre los 50-60 kms/h de manera constante, a veces con puntas de 75km/h, ya digo que eran pistas cómodas. Los datos inmediatos al punto del incidente son de 46, 57, 56, 42 y 0 km/h.




Llegué a una curva muy abierta circulando por mi derecha, vi que hacía un poco de contraperalte y preferí irme a la izquierda, la parte sucia, y tuve que tomar la curva por encima del lecho de piedras que va pegado al muro. Esta maniobra la hice conscientemente, en vez de frenar y entrar por la derecha me fui un poco largo, supongo que por no cambiar de marcha ni frenar, para seguir en plan fluido, dejando correr la moto. Justo cuando estaba trotando por encima de las piedras noté un shimie (hasta aquí todo previsible) y creo que luego vino un golpe en la rueda trasera que me lanzó súbitamente hacia el centro del camino. Supongo que oculto en el lecho de piedras había algún pedrusco grande y bien incrustado en el suelo que no vi, me levantó la moto de atrás y salí escupido a la derecha. Según Dual, salí catapultado.




Recuerdo sobre todo ir arrastrando la cabeza por el suelo y pensar "así me estoy haciendo daño, que pare ya". Noté que algo me rascaba cerca de la barbilla y que la cabeza se me giró hacia atrás, eso fue lo primero que me dolió tras dejar de arrastrarme, el cuello en su parte posterior. Las cervicales tocadas, los miembros enteros; luego llegó Dual y me dijo que tenía una herida bajo el mentón.




¿Cómo se metió una piedra por ahí? Ni idea. Con kleenex y cinta aislante Dual improvisó un vendaje. Tras recuperarnos del susto convinimos en continuar hasta Francavilla, donde repostaríamos y buscaríamos un médico.




Fue una lástima caerme allí de manera tan estúpida, porque apenas quedaba un kilómetro de pista y otros dos de asfalto hasta el pueblo. Las cervicales me molestaban en cada bache y decididamente yo no estaba en condiciones de hacer más excesos; desgraciadamente, la parte más salvaje de la excursión quedaba anulada.

En el ambulatorio nos trataron la mar de bien. Teníamos pensado decir que me había accidentado haciendo trekking Laughing por aquello de que no nos liaran con temas de seguros, pero no nos preguntaron nada. El médico se permitió hacer algún comentario jocoso sobre los golpes que se dan los motoristas, e incluso especuló con que la gran mata de pelo de Simoncelli podía haber sido la causante de que se le desprendiera el casco. Por su parte la enfermera me dejó bien apañado con tres nuevos puntos en mi anatomía y también un pinchazo para prevenir el tétanos.




Eran las tres de la tarde y yo no estaba para más marcha dura. Tras 68 kms de offroad volveríamos a Llomera por carretera (54 kms) cómodamente, o eso pensábamos, porque nos tocó conducir muchos kilómetros en medio de la niebla, en mi caso sin pasar de tercera porque no veía absolutamente nada. Dual pasó delante, pero lo perdía, no andaba fino yo. El ascenso final al puerto de Torrevió fue lo peor de todo, por culpa de la niebla nos pasamos el cruce hacia el lugar donde habíamos dejado aparcado el coche y, por no dar la vuelta en medio de la carretera nacional en aquella situación de visibilidad nula, aún nos tocó hacer algunos kilómetros extra. Fue llegar al coche y cargar las motos y empezar a llover en serio. Nos salvamos del diluvio por muy poco.

PD: 48 horas después estoy OK, la herida cerrándose y las cervicales no me molestan nada. Curiosamente lo que de verdad me duele es lo que el día de la caída no me molestaba absolutamente nada, el muslo y el brazo derechos.